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“Gozaos con los que se gozan, llorad con los que lloran”

Romanos 12:15


EL MILAGRO DE LA TERCERA FILA

Carola estaba nerviosa cuando el primer día de clase 33 alumnos del primer año entraron en el cuarto. Un niño tras el otro entró, colgó su campera y se sentó en su lugar. Cuando ella miró todas esas caras, los ojos reflejaron una mezcla de sentimientos, miedo, nervosidad, curiosidad, y algunos tenían la cara de “me gustaría más jugar afuera.”

Pero una alumna en la tercera fila envió una señal completamente diferente. Carola se preguntó qué causaría ese miedo visible de la niña y pidió a Dios de mostrarle cómo podía ayudar a esa chica.

Jenni era una chica con pelo rubio y ojos azules grandes. Cuando sonreía, lo que no hizo muy a menudo, tocaba cada corazón. Durante los recreos Jenni quedaba sola mientras el resto de la clase jugaba en grupos. Cuando las otras chicas querían incluirla en sus juegos, ella no aceptaba. También rechazaba los esfuerzos de Carola de acercarse a ella. Si la maestra llamaba a los padres, ellos no contestaban. Parecía imposible penetrar el muro alrededor del corazón de esa nena.

Señor, ¿por qué esta chica está tan triste? ¿Qué puedo hacer para ayudarla? oraba Carola.

La única respuesta que recibió era: “Ella necesita tu amor.”

Los padres nunca vinieron a las reuniones de los padres. Un día los niños invitaron a sus padres a la escuela. Prepararon carpetas con hojas especiales para mostrarles a sus padres. Como Jenni sabía que nadie venía, llevó su carpeta a casa. Así seguía todo el año escolar. Carola quería también ponerse en contacto con la tía que la inscribía en la escuela, pero no podía.

Señor, sé que hay una razón por qué Jenni está en mi clase. Yo sé que quieres que la ame, pero me siento tan incapaz. No sé cómo romper los muros. No sé cómo amarla de la manera que ella lo necesita.

Era una tarea difícil para una maestra joven que recién se había recibido. La emplearon para enseñar a escribir, leer y calcular, pero nadie le había enseñado a solucionar problemas tan complejos como este. Había noches en que no podía dormir porque pensaba en el dolor que veía en los ojos de esta nena. Pero oraba cada día por los niños y los amaba lo mejor posible.

Un día pasó algo extraño. Carola estaba leyendo una historia a la clase. Los alumnos estaban alrededor de ella en el suelo. En medio de la historia Jenni se levantó, empujó el libro del que la maestra estaba leyendo y se sentó en su regazo. Después mostró que ahora la maestra podía continuar de leer. Carola puso el brazo alrededor de ella y siguió.

Eso pasó más a menudo durante el año. Nadie de los otros alumnos dijo algo, todos respetaron lo que hizo Jenni.

En invierno hizo mucho frío, y Jenni solo tenía una polera fina para protegerla. “¿No tienes un abrigo?” preguntó Carola. “No” vino la respuesta, “pero no importa, no tengo frío.” Después de probar en vano a contactarse con los padres, Carola llevó un abrigo y se le dio a Jenni. Ella no lo colgó donde los otros niños colgaron sus camperas, siempre lo tenía en su regazo.

Cuando llegaron las vacaciones de invierno, los otros se despidieron con gozo hablando de todo lo que iban a hacer. Pero Jenni no dijo nada. Cuando todos se habían ido, ella dijo: “¡No quiero ir!” “¿No viene tu mamá a buscarte?” “No, viene mi padre porque recién perdió su trabajo.” Pidió sentarse en el regazo de su maestra y puso los brazos alrededor de ella. Después de un tiempo ella se levantó y se fue. Carola miró por la ventana y vio como la pequeña se secó las lagrimas cuando subió al coche del padre.

Después de las vacaciones Jenni no volvió. El director dijo que la familia se había mudado. Carola estaba triste. No le gustó tanto leer historias, y parecía que toda la clase sintió que algo faltaba. En pocos meses la chica de la tercera fila había dejando huellas en los corazones de sus compañeros

Unas semanas después, Jenni volvió. No dijo dónde había estado y por qué no había vuelto. Cuando le preguntaron era obvio que no quería hablar de eso. Los demás la respetaron y la trataron como antes.

El próximo año, Jenni estaba otra vez en la clase de Carola porque Carola tenía el segundo año. Carola estaba feliz de poder ayudar un año más a esta chica.

Jenni era inteligente y aprendió rápidamente. Leer y matemática le resultaban fácil y ella quería dar alegría a la maestra con todo lo que hacía. Siempre terminaba primera sus deberes y preguntaba si podría ayudar en algo. Después de terminar, ella siempre se quedó en el cuarto porque la buscaban tarde. Carola aprovechaba ese tiempo para charlar con ella, fortificar su autoestimo y sembrar semillas de esperanza en su corazón.

El último día antes de las vacaciones de verano Carola se despidió de cada alumno con palabras de aliento. Solo Jenni quedó y pidió otra vez de sentarse en su regazo. Esta vez la maestra se asustó porque ella empezó a llorar muy fuerte. Después de mucho tiempo, al fin vino la madre para buscarla. Cuando Carola se levantó para saludar a la madre, ella no respondió y solo dijo “Jenni, vení!”

Jenni dejó la mano de la maestra y la abrazó antes de salir. Carola no entendió lo que había visto. Llamó a la madre, pero ella solo dijo: “Usted la tienen en la escuela, yo en casa.” Eso dolió. Pero porque vio la cara de Jenni, sonrió.

Cuando empezó el nuevo año escolar, Carola se asombró como habían crecido sus alumnos y que bien les hizo el verano. Todos salvo Jenni. Parecía más cerrada y otra vez tenía dificultades de estar con los otros niños. Otra vez ella solo miraba en vez de participar.

El tiempo pasó rápido. Un día poco antes de las vacaciones de invierno todos se despidieron. Jenni abrazó a la maestra y se fue. Cuando Carola volvió a su escritorio donde había un sobre sucio diciendo: “Para mi maestra para guardarlo para siempre”. El sobre contenía una pequeña foto de Jenni.

En ese momento Carola no sabía que había sido la última vez que había visto a Jenni. Otra vez la familia desapareció sin avisar en la escuela.

Muchos años pasaron. Una tarde sonó el teléfono. Era Jenni, pedía que le contara todo de sus compañeros de clase. Carola contó también de sus dos hijos que tenía ahora. Pero después de unos minutos, de pronto Jenni interrumpió y se despidió.” Te amo, adiós” dijo. Carola estaba muy triste. Otra vez esta chica apareció y desapareció de su vida sin aviso.

Durante los años Carola oraba por Jenni y tenía siempre su foto en su cartera. Casi veinte años más tarde Carola estaba de oradora en una conferencia de mujeres. Cuando terminó su discurso, se le acercó una mujer joven. “ ¿Me recuerdas?” preguntó. Carola buscaba en la cara desconocida de esta mujer y cuando vio los ojos, sabía quien era. Eran los mismos ojos azules lindos que la habían mirado desde la tercera fila de su clase. “Claro que sí” exclamó. “Yo sé quien eres! ¡Eres Jenni!” Mientras se abrazaron, y rieron y lloraron a la vez, Jenni contó su historia. La madre de ella falleció cuando ella tenía 14 años y la dejó en manos de un padrastro cruel. Muchas veces Jenni pensaba en huir de sus ataques de rabia y del abuso, pero temía por la vida de su hermano menor y por eso se quedaba.

“Un año en un retiro acepté a Jesús”,contaba Jenni. “No obstante en todas las cosas malas que pasaron siempre yo sabía que había alguien que me amaba y que ese alguien era mi maestra. Cuando tus brazos no estaban más allí para mi, Dios me tomó en sus brazos. Cuando no podía sentarme más en el regazo de mi maestra, me senté en el regazo de Dios.”

Jenni hizo una pausa, se secó las lagrimas y preguntó: ”¿Todavía lo tienes?” Carola recordó el sobre sucio en su escritorio y abrió su cartera. “Si, Jenni, lo guardé siempre.”

Como muestra esa historia, si Usted no sabe cómo llegar a alguien , lo más importante es estar presente, es dar de su tiempo, de su atención, cómo lo hizo la maestra. Es pedir ayuda a Dios y aunque no reciba un plan completo a seguir, haga paso a paso lo que puede hacer. En el caso de esta historia la maestra pudo ver el resultado muchos años después, ¿Quién sabe cuando Usted lo podrá ver?

 

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